sábado, 25 de octubre de 2008

Una perversión que pasa de generación en generación

Explotación sexual infantil una aberración latente en nuestro país

Niños, niñas y adolecentes enviados por sus padres a la calle a comercializar sus cuerpos para generar ingresos y así validarse en sus hogares. Algunos de éstos menores han sido recogidos por la Corporación Opción y colocados en centros de atención especializados que intentan abrir nuevas oportunidades, con la esperanza de repar su daño y educarlos.

Magdalena Gacitúa

En una amplia habitación oscura, se encuentra un adolecente que aparenta más años de los 15 que lleva en el cuerpo, ese cuerpo grande y de contextura maciza, de ojos pequeños que se esconden tras un rostro poblado de pecas. Pero, a pesar de tener esa apariencia dicotómica entre su cuerpo y su edad la dificultad al comunicarse lo hacen parecer cinco años menor.

Mira directo a los ojos mientras cuenta el primer recuerdo de su madre cuando él tenía dos años, ésta le tocó sus partes íntimas y después invitó a dos tipos para que gozaran de él. “Me violaron a los dos y lo siguieron haciendo hasta que tuve doce, paró porque yo denuncié a mi mamá y se la llevaron presa. A mí me dejaron en un hogar y yo terminé haciéndole lo mismo que me hicieron a mí a uno de los cabros chicos que vivían ahí. Yo no quería, hice fuerza para no hacerlo, pero igual lo toqué. Le conté a la coordinadora y luego me mandaron a este hogar, no lo he vuelto hacer y tampoco quiero”. Esta es la historia de Sebastián uno de los doce refugiados que actualmente viven en el hogar de Opción.


La residencial de Santa Mónica.

Ubicado en pleno centro, en la calle Santa Mónica se encuentra una casa de concreto antigua, está separada de la vereda por una muralla y un portón verde que siempre está cerrado con llave. Este es uno de los 35 centros de atención a víctimas de explotación sexual comercial infantil, pertenecientes a la corporación privada Opción. En el hogar hay sólo 12 de los 3700 menores que han sido explotados sexualmente y que actualmente viven en esta residencial.

En un principio los niños que llegaban a esta residencial eran recogidos en las calles por la misma corporación. Pero en la actualidad son los tribunales y carabineros quienes derivan a los menores a Opción. Este centro recibe a niños de todas las edades, actualmente encontramos pequeños desde seis a quince años.

Los menores que están aquí pasan los días de una manera bastante estructurada, un día de la semana rota en diferentes etapas que dependen de si el niño va a la escuela en la mañana o en la tarde. Si es de los que va en la tarde entonces comienza su día tomando un desayuno con las “tías” que estén de turno, luego se baña en una de las seis duchas del hogar y hace el aseo del dormitorio que comparte con otros compañeros. Después de esto se reúnen en un círculo con dos educadoras que se encargan de esta actividad y que consiste en que cada uno dice cómo se ha portado y qué compromiso quiere adquirir para el día. Cuando esa actividad ha finalizado, almuerzan y se preparan para ir a la escuela. A las dos de la tarde llegan los del turno de la mañana.

Los niños que van en la mañana a la escuela se levantan temprano, toman su desayuno y se dirigen al colegio aquí hacen clases y almuerzan y luego los retira una de las “tías” de la residencial. Se devuelven caminando ya que su lugar de estudio queda a cuadras del hogar. Cuando llegan se cambian de ropa y se preparan para ir a la actividad del círculo con las “educadoras”.

Para los niños la actividad del círculo no es muy efectiva, ya que resguardan sus intimidades con sus compañeros. En este sentido, los más grandes del grupo tratan de proteger a los más pequeños no contándoles de sus experiencias y omitiendo ciertos temas frente a ellos. Pero por otro lado sienten que sus compañeros son un verdadero apoyo que no obtienen de otros ya que ninguno de los psicólogos, educadores o “tías” entiende por lo que han pasado, “hay que vivir esto en carne propia para entenderlo”, cuenta Nicole de 14 años, “a mí me tienen chato los psicólogos que tratan de ayudarme, porque no saben como me siento realmente, por eso cada vez que me quiero escapar o que quiero mandar todo a la mierda hablo con alguna compañera, ella me ayuda y que me convence de que no lo haga, y después yo hago lo mismo por ella”.

La mayoría de los niños que están aquí sienten que ese lugar es como un castigo y tienen ganas de irse, no porque los traten mal o no les den cariño, sino porque piensan que ellos no han hecho nada malo y ven como las personas que han abusado de ellos siguen libres en la calle sin ninguna pena o castigo. Innumerables veces han intentado poner a sus violadores o abusadores tras las rejas, muchas veces sin obtener resultados; según Carlos Arriagada, Director de este hogar, “la justicia no ha ayudado mucho en este sentido ya que no les creen a los niños y los han desmerecido porque este tema siempre lo relacionan con el caso de Gema Bueno. Hay excepciones en que se ha hecho justicia, pero falta mucho todavía”.


Por otro lado los menores extrañan su casa e idealizan a su familia. Ansiosos esperan el día en que los vienen a visitar, se regocijan estando con ellos sin importar lo que tiempo atrás les hacían. “Yo no sé escribir y estoy aprendiendo para escribirle una carta a mi mamá, yo quiero verla, hace tiempo que no viene los domingos, pero supongo que viene este próximo”, relata Nicole al acordarse de su madre. Mucho de estos pequeños han sido abandonados por sus padres, ya que para los familiares según lo que explica el Director del hogar “el menor se valida aportando económicamente en la casa, si un niño estudia no les sirve para nada”.


Ninguno de estos niños cree que tuvo alternativa más que aquella elegida en el camino de su vida. Todos ven la responsabilidad de vivir en el hogar, como propias. Aman a sus padres y a sus familiares y no delegan culpas en ellos acerca de su estadía obligada en este hogar. Los menores no están acostumbrados a que las cosas les cuesten de una manera distinta a lo que les costó en la calle, es por esto muchas veces se escapan de la residencial.

Escaparse de este lugar es fácil, es más, el recinto no está hecho para impedir su salida. Los muros que separan al hogar de la calle son bajos, los niños han escapado generalmente, saltando el muro, o simplemente esperan irse al colegio u otro lugar y ahí se escapan. Como Ayleen de 14 años, ella lleva cinco meses en el hogar, pero se escapó y pasó un tiempo por un centro de detención femenino de menores, cuando llegó nuevamente a Opción se dio cuenta de que estaba embarazada.

Ayleen es explotada sexualmente desde los doce, cuando perdió su virginidad con un niño de catorce. Hoy dice que el sexo le quedó gustando y que por eso se dedicó al comercio sexual durante dos años. Sin embargo cuando quiso dejar este ambiente el proxeneta que la explotaba no la dejó y la obligó a seguir, llevándose además el mayor porcentaje de sus ganancias. “Tengo dos meses de embarazo, no sé quién es el papá, pero es uno de esos con que me ganaba la vida, yo no quiero que mi hijo sepa nunca de mi pasado. Hoy tengo un proyecto, pretendo estudiar y a los 17 trabajar en un night club, pero no prostituyéndome, quiero bailar y sacarle tragos a empresarios, juntar plata y estudiar para ser mecánica”.

Los menores no tienen muchos sueños con respecto a su futuro, por ahora todos están aprendiendo a leer y a escribir, a sumar y a restar. Aquí el tiempo pasa sin ser percibido, ninguno de ellos sabe exactamente cuanto tiempo lleva aquí. Su único interés, por ahora, radica en esperar el día en que volverán a su casa junto a su familia.

Las expectativas de las personas que trabajan junto a estos niños, son a veces mayores que las de los menores. Sin embargo, saben que no pueden proyectar sus deseos en los pequeños ya que son ellos los que tienen que cumplir sus propias metas. Por ahora los directores, profesores, “tíos” y psicólogos; se ocupan de darles una buena alimentación, ayuda en sus tareas, les enseñan a quererse a sí mismos e intentan inculcarles nuevas posibilidades en sus vidas. De esta manera los mantienen alejados de la calle.

sábado, 18 de octubre de 2008

Experiencia Cocina Solar en San José de Maipo



La energía nos rodea. La encontramos al interior de la tierra, circulando en el aire, en las olas del mar y la atmósfera es bombardeada todos los días por energía solar suficiente para satisfacer 15 mil veces la demanda mundial energética.

A pesar de esta inmensa riqueza de energía, seguimos dependiendo de combustibles fósiles. Sin embargo, hay lugares en nuestra ciudad en los cuales se está implentando la energía solar como una alternativa energética. Es el caso de San José de Maipo, aquí existe una organización llamada ECOMAIPO la cual se dedica exclusivamente a propagar el uso del sol como energía. En este video podrán apreciar la experiencia de diferentes mujeres que aprendieron a ocupar cocinas solares y en estás encontraron no sólo una solución energética, sino una forma de hacer un nuevo negocio y mejorar su situación económica.

viernes, 10 de octubre de 2008

inmigrante en chile



Rumbo al sur en busca de una nueva vida


Cada día son más los colombianos que llegan a Chile en busca de refugio. Cristián es uno de los que escaparon de la violencia de su ciudad natal y para buscar asilo en nuestro país, pero en vez de encontrar un país abierto a recibirlo, encontró un nuevo conflicto.


Magdalena Gacitúa


Era la mañana de un martes cuando Jaime, el cuñado de Cristián, salió de su casa para dar una vuelta. Había pasado más de un año desde el asesinato de su hermano mayor Manuel. Éste había pedido un préstamo y no había podido devolverlo, sus acreedores lo amenazaban constantemente, presionándolo para que pagara y un día mientras salía de su casa cargando a su pequeña hija en brazos, se encontró con su prestamista. Éste le pidió una vez más el dinero, pero Manuel no lo tenía. El hombre empuñó su arma y le disparó frente a su hija y a su esposa. Luego le advirtió a la mujer que si no le devolvía el dinero, toda su familia pagaría.


Jaime ya estaba confiado en que todo eso había pasado. El ambiente estaba menos tenso. Sin embargo, a unas cuadras de su casa se encontró con el asesino de su hermano. Jaime dudaba de que algo malo le pasaría. Apenas lo vio, el sicario le disparó.


Ese martes Cristián estaba tomando desayuno en la casa que compartía con la familia de su esposa, cuando escuchó que golpeaban con fuerza la puerta. Eran las 10 de la mañana y Cristián no esperaba a nadie. Se paró para ir a abrir y encontró a su vecina quién le dijo que habían asesinado a Jaime.


El asesinato de su segundo cuñado en manos de los paramilitares, fue el último empujón que lo llevó a tomar la decisión de dejar a su familia y a su ciudad natal Buenaventura. La vida en este puerto colombiano, parte del valle del Cauca, hasta hace cinco años atrás era relativamente tranquila y de gran atractivo turístico. Sin embargo, hoy se ha convertido en un lugar completamente hostil. Todos los días mueren personas en manos de los paramilitares o de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), quienes se disputan a fuego y sangre el control de este lugar.


La situación se había vuelto extremadamente peligrosa y angustiante, Cristián sabía que si seguía en este lugar no lograría ver crecer a su hija, María de seis años. Aunque había postergado la decisión de irse durante meses, sabía que su vida en Colombia había llegado a su fin. “Cuando se murió Jaime de tan sólo 19 años, yo dije de esta vaina me tengo que salir. Mi mujer ya vivía en Chile como refugiada hacía tres años y me decía que me viniera, pero yo me resistí hasta que pasó todo esto”, recuerda Cristián. Ana, la mujer del colombiano, se había venido mucho antes de que la muerte tocara a su puerta. Había visto como la situación en Buenaventura se había vuelto insostenible e intuyó que debía salir de ahí.


Cristián no tenía dinero para pagar el pasaje a Chile, pero tampoco podía seguir viviendo en Buenaventura. “Decidí irme a vivir a Cali, allí tenía una hermana que me alojaba. Estuve trabajando como obrero casi un año, hasta que tuve la plata suficiente para comprarme el billete de bus más barato”, cuenta Cristián.


Antes de que Cristián se fuera tuvo que dejar a su hija al cuidado de su madre, con la certeza que no la volvería a ver en mucho tiempo. Le dio un fuerte abrazo haciéndole la promesa de que la llamaría una vez a la semana. “Es una de las cosas más tristes que me ha pasado, la niña no me soltaba no me quería dejar ir, me lloraba y me gritaba ‘hay papito no se vaya’ y yo le respondía ‘no mami tengo que irme, yo después vengo por usted’“, comenta Cristián con su voz algo quebrada.


Chile una nueva frontera


Este afro colombiano llegó el 17 de julio a Chile. Entró como turista por el paso Los Libertadores porque su mujer le había dicho que la frontera de Arica se había vuelto complicada para los colombianos y corría el riesgo de ser deportado.


A Cristián, Chile le pareció frío, pero eso no le importo. Estaba seguro de que había llegado al lugar correcto. Lo que Cristian no sabía, era que pese a que había llegado a un país sin guerras ni matanzas, tendría que dar su propia batalla: la de obtener refugio


En Chile la visa de asilo político es otorgada a los inmigrantes que, “En resguardo de su seguridad personal y en razón de las circunstancias políticas predominante en el país de su residencia, se vean forzados a recurrir ante alguna misión diplomática chilena solicitando asilo”, según se lee en el artículo nº 53 de la Ley de Extranjería. Para probar que la persona que pide el refugio corre peligro de muerte en su país, se hace un seguimiento de sus antecedentes y se demuestra si el caso de la persona es lo suficientemente grave como para otorgarle el asilo.


El 18 de agosto, extranjería le comunicó a Cristián que su petición de asilo político había sido revocada y que sólo le extenderían su visa de turista por seis meses más. Según Fabiola Amurta, encargada del área de comunicaciones de la Vicaría de la Solidaridad, “hoy se han revocado bastantes peticiones de asilo de colombianos que vienen de Buenaventura, porque muchos de ellos vienen a Chile con un interés económico y no porque realmente necesiten asilo, o sea vienen a buscar trabajo”.


Sin embargo, la situación de Buenaventura se ha vuelto extremadamente complicada, debido a que en un sector de la ciudad llamado “Bajamar” se planea construir un gran puerto alterno, desencadenando en una disputa armada por el control del lugar. “Hace apenas 2 meses, había 150 desaparecidos en este año en el puerto; 105 reconocidos por las autoridades, cosa que no se publicita nunca aquí. La información oficial sostiene que se trata de una guerra entre guerrilla y paramilitares por vías para sacar droga por el Pacífico”, sostiene Constanza Vieira periodista colombiana del medio Inter Press Service, IPS. Esto ha obligado a muchos colombianos a emigrar de su ciudad en busca del refugio de un lugar más tranquilo.


Haciéndole empeño


Cuando Cristián recibió el rechazo al refugio, se desanimó muchísimo. Volvió a San Felipe (lugar en el cual vive con su mujer) sin asilo, sin trabajo y sintiéndose completamente derrotado. Su vida en estos últimos años había sido bastante dura y parecía que iba a seguir igual.


Sin embargo, dos semanas más tarde su vida dio un giro inesperado. Se había instalado una feria artesanal de extranjeros, en San Felipe. Ésta se dedicaba a recorrer el país vendiendo sus productos. Cuando Cristián fue a conocer la feria, se hizo amigo del dueño inmediatamente. Le contó sobre su situación y le pidió trabajo.


Para Omar, el dueño de la feria, esta historia ya era conocida, debido a que la mayoría de las personas con que trabajaba eran inmigrantes. Por esta razón no dudó en darle trabajo al colombiano y contratarlo como guardia nocturno de la feria. Además le habló de la posibilidad de que obtuviera un Visa sujeta a contrato “Omar me va a hacer un contrato por un año y yo por mientras tengo que juntar $205 dólares para pagar por el permiso de quedarme aquí en Chile trabajando”, explica Cristián. Luego de presentar sus papeles y pagar el arancel exigido, el colombiano deberá esperar dos meses para que le afirmen si obtendrá o no el permiso.


Actualmente Cristián vive a 470kilometros de Santiago, en Tomé, Octava Región. Se levanta cada tarde a las seis, come y luego entra a trabajar a la feria. Ahí vigila que nadie vaya a robar algo. Además tiene que estar atento a las autoridades, porque está prohibido y penalizado por la ley que los turistas trabajen en Chile. Es por esta razón que se han omitido los apellidos de los entrevistados en este perfil.


A las ocho de la mañana sale de su trabajo, toma su desayuno y vuelve a la cama. Todos los días son iguales para él, su rutina no varía y la soledad muchas veces lo atormenta “Aquí no hago nada. No tengo una persona con quién conversar, estoy solo todo el tiempo y me aburro bastante”, alega. Ana se quedó en San Felipe y a penas la ve una vez cada tres semanas. Con su hija que sigue en Buenaventura habla todas las semanas, pero cada vez que la llama se entristece “Siempre me pregunta cuándo voy a venirme, que cuándo voy a viajar. Se siente sola la peladita. Es mi primera hija y la adoro soy muy apegado a ella”, agrega.


“Tengo que esperar a tener un lugar para vivir y en estar seguro a que no me van a deportar a Buenaventura nuevamente”, explica Cristián calcula tardará al menos dos años en traer a su hija. Dos años para formar nuevamente a su familia. “Con eso yo ya podría vivir tranquilo”.